Friday, March 25, 2011

Cada vez más soja-dependiente
Por Susana Merlo

Tal vez más apta para sesión de terapia que para análisis económico, la pregunta del porqué alguien, o un gobierno, se empeña en atosigar a su principal socio y sostén, sigue sin encontrar respuesta. Es probable, además, que la intriga crezca a medida que pasen los días y se acerquen más las fechas de las elecciones.

Lo cierto es que el campo, y su complejo agroindustrial, vuelven a estar hoy en el ojo del huracán, bombardeados por 5 o 6 frentes distintos que van desde las denuncias de evasión, difíciles de comprender en empresas que, por su magnitud, tienen a los inspectores de la AFIP sentados dentro de la compañía; hasta embates por trabajo en negro o esclavo, que cuesta creer que recién ahora se descubran, cuando la gestión de la Administración Kirchner ya lleva casi 8 años.

Desde insólitos pedidos inesperados de datos, como los casi amenazantes sobre la cosecha de soja que surgieron hace 10 días; hasta falacias y verdades a medias, lanzadas desde estrados oficiales, que solo pueden servir para confundir a la gente, ya que no cambian en un ápice la realidad.

Los ejemplos abundan. Por caso, el “apenas” 2,8% de aporte tributario que supuestamente hace el campo, cuando solamente por las retenciones a los granos, la suma asciende a casi el 8% de total (unos U$S 8.000 millones en esta campaña).
También se podría mencionar a las exportaciones que, según se afirmó, fueron superadas ‘por primera vez” por las industriales, cuando en realidad sólo el complejo agroindustrial sigue justificando más del 54% del total de las ventas al exterior, y sin necesidad de protecciones especiales, ni tipos de cambio con reintegros, todo lo contrario. A la mayoría de estos productos no les “dan”, les “sacan”.

Se podría seguir enumerando pero no hace falta. Lo único cierto, por lo que se ve, es que el Gobierno sigue dependiendo ferozmente del campo, más aún, casi se podría decir de la soja, y este sector sigue siendo además, el principal inversor que tiene el país, con montos anuales que superan holgadamente los U$S 12.000 millones, sólo a los efectos productivos, sin mencionar la multiplicación económica que eso genera, ni el ingreso anual de divisas.

Y tanto es así que, mientras por un lado se da a la población el mensaje de supuesta cantidad de aspectos negativos que, en definitiva, “pintan” al sector como evasor, negrero, explotador y, en la jerga actual “neoliberal” (sin que quede muy claro que es lo que se quiere decir con eso, ni porqué sería malo, en todo caso, serlo), por el otro se falsean datos y se lanza un discurso “exitista” que habla de lo “saludable” de la producción que va a superar los 100 millones de toneladas de cosecha (siempre según la palabra oficial).
O se destaca enfáticamente como las exportaciones de carne siguen por encima de los U$S 1.000 millones cuando, en realidad, en 5 años se perdió más de 20% del rodeo y las ventas al exterior vienen derrumbándose, caída que sólo es atenuada por las extraordinarias subas internacionales en las cotizaciones de la carne que, vía precio, enmascaran la abrumadora baja de volumen.

No son los únicos casos.
La impresión que queda entonces, es que no solamente el Gobierno depende fuertemente de los ingresos y del movimiento económico y fiscal que aporta el campo, sino que también “necesita” mostrar para afuera que el sector puntal de su economía (aunque no lo reconozca internamente) goza de “excelente salud”. Es fundamental para los mercados externos, para los acreedores, para las entidades financieras…

Cuando la producción agroindustrial, especialmente la granaría, comienza a tambalear, o algún factor hace peligrar unas pocas toneladas, inmediatamente aparecen el nerviosismo, los opinólogos, los economistas que rehacen apuradas cuentas, los funcionarios que niegan las caídas y redoblan la apuesta…

Después de casi 8 años del mismo esquema, ya se conoce bien la estrategia pero, entonces, surge la pregunta inicial: ¿Por qué si es tanta la dependencia, en lugar del ataque permanente, de la intervención en los mercados, los daños constantes a la renta, de desalentar en definitiva a la producción, no se opta entonces por una relación más equilibrada, madura, menos agresiva, y mucho más constructiva para todas las partes, especialmente para el país?.

¿Por qué los vecinos que vienen de procesos similares, de historias parecidas, de esquemas políticos iguales en el arranque lograron evolucionar y crecer, acumular riqueza, mientras Argentina, en el mejor de los casos se estancaba, o directamente retrocedía?.

Hoy se dejó de ser superavitario en energía y se volvió a la importación, el trigo fluctúa pero, al igual que la leche, no se produce siquiera lo que se alcanzaba en los ’90. Uruguay come más carne vacuna que Argentina, y Brasil está a punto de superar la ingesta local con el combinado de todas las carnes (novillo, pollo y cerdo).

Todos los vecinos del Mercosur exportan hoy más carne que el país que es conocido en el mundo por el “bife”, el futbol y Maradona, convertidos en emblemas nacionales. Demasiado difícil de explicar salvo, tal vez, para un terapeuta…

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