Saturday, September 01, 2012

RECORDAR: Menem vs. Duhalde (ó el Campo vs. Néstor)
por: Roberto GARCÍA(Diario Perfil).


Fue un clásico entre 1998 y 1999, para regresar en 2003: Carlos Menem vs. Eduardo Duhalde. A muchos argentinos les costó carísimo: los Kirchner. En el país pendular, muchos recuerdan la historia. Hay otra más reciente: Néstor o el campo, entre 2008 y 2009, y perdió Néstor pero Cristina se quedó con la revancha, en 2011. Todo indica que en 2013 será la contienda definitiva.

Con un raro talento, casi como si una mente brillante se ocupara de esa tarea, el Gobierno provoca dudas o incertidumbres en la oposición. Lanza, con la intensidad de una metralleta, infinidad de temas y discusiones que enredan y dividen la opinión de quienes –se supone– deberían ser unánimes a la hora de responder.

Pero la militancia en las escuelas, las expropiaciones de YPF o Ciccone, la reinserción social de los presos y el voto a los menores de 18, por mencionar algunas propuestas, generan asombro y desconcierto semanales, despiertan pensamientos diversos en los rivales, desencuentros. Y, por consecuencia, al tiempo que desintegra adversarios esa operatoria unifica la voz oficialista. Parece una constante arbitrada desde la Casa Rosada.

Hasta que el mecanismo multiplicador de esa mente brillante se descompuso y habilitó un proyecto que viene a ser como un respirador artificial para los opositores, quienes empezaron a alinearse en un criterio común de queja, empezaron a olvidarse de diferencias y egolatrías.

Ese nuevo fenómeno levantisco, aglutinador, capaz de alinear un criterio común de queja por lo menos, se produjo por el manifiesto intento de perpetuar a Cristina en el poder desde el poder, reformando además el núcleo duro de la Constitución. Fue un impacto milagroso para la sobrevida opositora, un shock, salir de terapia intensiva. Otro ejemplo más certero de ese fenómeno: resultó un golpe tan sagrado como si a algún atrevido se le hubiese ocurrido tocarle, podarle o quitarle una caja al Gobierno.

Hoy, por establecer un punto y una alternativa a discutir, en la oposición se analiza una jugada luego de que en los últimos treinta días –con variadas reuniones entre dirigentes y partidos, algunas impensadas– se barajaran estrategias, declaraciones, movimientos y compromisos.

Como forma de tomar una iniciativa, en lugar de aguardar que el Gobierno plante en el Congreso la reforma y la re-reelección de Cristina en lo que resta de este año (descuenta que encontrará las voluntades legislativas suficientes), varios dirigentes han imaginado proponer el lanzamiento de un plebiscito a la población, preguntarles a los ciudadanos si comparten o no el propósito oficialista de Cristina Eterna que sin demasiadas dificultades, quizás, obtenga consentimiento parlamentario.

Una forma, claro, de exhibir que el pensamiento mayoritario del electorado –si es que triunfan– no coincide hoy con el pensamiento de una mayoría temporal y adquirida en el Poder Legislativo. También, continuando ese mismo razonamiento, un mecanismo para recordarle al oficialismo que el 54% de la última elección general no fue una licencia graciosamente concedida para llegar tarde a casa, no asistir al trabajo, beber en exceso, burlar obligaciones y apropiarse del esfuerzo de los otros.

De neto corte peronista es la idea. Los más duchos en engendros y cocina preelectorales: regresan en la historia al momento en que Eduardo Duhalde enarboló la variante del plebiscito como forma de anularle la pretensión de continuidad a Carlos Menem en su último mandato (en rigor, ya venía el riojano tan cuesta abajo en las encuestas que ese episodio sólo hubiera convalidado lo que expresaba la gente).

Sí, en cambio, vale como antecedente la medicina o el veneno del plebiscito, ya que el propio Duhalde lo padeció en su provincia, cuando antes quiso renovarse, como Menem, en la presidencia, y una masa casi sin conducción (pensar que uno de los líderes era un empresario que luego se hizo famoso por su conducta seguidista del actual gobierno) le abortó el propósito que acompañaban dirigentes del radicalismo y de la renovación peronista, ese grupo democrático siempre dispuesto a los enjuagues de turno.

Igual, sería curioso que el obsequioso Duhalde, quien le regaló el gobierno al matrimonio Kirchner en 2004, fuera un dato clave y contrario en el ejercicio de un emprendimiento electoral que tal vez le sellara la despedida a Cristina.

Nadie se arriesga a decir que el plebiscito será una herramienta futura, ya que integra en todo caso un arsenal de variantes que ahora despliega y analiza toda la oposición. Sí, quizás, sacude en alguna medida la soberbia popular del Gobierno –bastante acechado ahora por las encuestas–, especialmente sus núcleos juveniles, convencidos de que poseen un respaldo popular imbatible.

El desafío, de ocurrir (requiere varios trámites complejos), conmueve la llamada militancia de La Cámpora, ya que debería probar su existencia en las urnas, no sólo en los jardines de infantes. Será tema en las reuniones del sofisticado CEP –el Centro de Estudios Políticos (sic) que depende de Industria–, al cual concurren del brazo y amigablemente tanto Axel Kicillof como Guillermo Moreno y Diego Bossio, a pesar de que se imputaban hasta hace poco marxismo decadente por un lado y nacionalismo burgués por el otro, siempre bendecidos por un gurú de Olivos que no asiste pero da constancia telefónica.

Este, claro, envía mensajes y un observador de confianza en el evento, no proveniente del comité central de la organización, sino del barrio donde vivió el gurú con sus padres; un servicial confidente, poco luminoso pero infaltable en la tertulia de la residencia, incluso desde el principio del Gobierno, cuando el matrimonio oficial invitaba a dos parejas a cenar en Olivos.

Una, la que preside el personaje de marras, Héctor Icazuriaga, titular del SIE (ex SIDE), y otra la de quien se fue al descenso en el kirchnerismo sin conocerse la razón, José Pampuro (hoy director en el Banco Provincia), quien se había ganado la amistad por favores previos de la campaña, no sólo por sugerirle a Duhalde la conveniencia de que eligiera a los Kirchner como sus herederos más fieles.

También porque a la hora de las efectividades conducentes, al decir de Hipólito Yrigoyen, podía ser correo, intermediario del tráfico y el transporte, de sindicalistas y empresarios específicos que alentaron –por decirlo de alguna manera– la candidatura de Néstor.

De los olvidados y mal queridos hoy Hugo Moyano y José Pedraza (no se olvida uno de Juan Manuel Palacios, quien ya murió), generosos cuando se les requería asistencia para los nuevos líderes de la democracia. Nunca van a discutir ese tema en el CEP

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